Era imposible no verlo. Moviéndose de un lado a otro, con una soltura envidiable, caminaba un joven mexicano por una exhibición de novedades científicas en el campo de la Ortopedia y Traumatología. A sus 29 años, tenía unas piernas más cercanas a las de un robot, que le daban un aire futurista, porque un accidente le arrebató las suyas hace más de una década.
A Leonel, así se llama, lo vi durante casi una semana, y nunca me lo tropecé en estado de reposo. Desde el primer día quise entrevistarlo, pero no con el morboso propósito de exponer su discapacidad, sino como testimonio de rehabilitación en un amputado bilateral. Quería saber, lo juro, de tratamientos y ejercicios de fisioterapia, de posibilidades para pacientes con bajo nivel adquisitivo… Pero él condujo aquel diálogo por otros rumbos, dispuesto a regalarme su historia, despojado de toda sensiblería. Y entonces callé para escucharlo narrar su existencia misma.
“Regresábamos de un velorio familiar. Yo tenía 18 años. Como vivíamos en un pueblo más adelante de la ciudad capital, mi papá decidió llevarme en el carro. Por el camino, el motor se estaba calentado. Nos detuvimos y cuando estábamos chequeando el problema, vino otro carro y nos impactó por detrás. El nuestro era un Volkswagen, que como no es tan alto, me provocó el golpe en la espinilla.
“Luego de la operación, estuve dos meses ingresado hasta que la inflamación redujo. Después fui a terapia durante casi un año en el Instituto Nacional de Rehabilitación de la ciudad de México. Ahí me hicieron mi primera prótesis, una muy sencilla, pero no me funcionó.
“Pese a los cambios que supone un episodio así, nunca quise abandonar los estudios, te lo juro. Por eso empecé a buscar alternativas de prótesis más funcionales a mi edad, mi peso…hasta encontrar estas, unas de fibras de carbono que se adhieren perfecto a mi pierna”.
Y justo cuando pensé había llegado el final, advertí a aquel muchacho desarmar en pedazos su plateada extremidad, para mostrarme cómo funcionaba el mecanismo- Entonces aprendí que todavía quedan almas libres en este mundo, sin complejos ni miserias…
Ahora, ¿qué haces?, pregunté con la idea preconcebida de escuchar una descripción donde los días de sosiego resultan protagonistas.
“Yo soy maestro de niños entre seis y siete años —me confesó, y volvió a desarmarme—. Todos los días voy a mi trabajo, practico actividades físicas, deporte, manejo y por las tardes ayudo a otros pacientes con situaciones parecidas a la mía”.
(…)
Al día siguiente lo avizoré a lo lejos, sorprendiendo a otros colegas como lo hizo conmigo y otra compañera periodista de la radio. “Le comenté a mi hijo de Leonel, de lo que significa la constancia”, me confesó ella.
El jueves pasado nos despedimos. “Buena suerte en tu trabajo”, me dijo, sin saber la marca indeleble que había dejado en mí ese joven cuatro años mayor que yo, cuyo rostro, si no es el de la perseverancia misma, se le asemeja con creces.
Muy conmovedora historia la de esta semana, Carlitos. Eres grande, muchacho.
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No creo que sea grande, Roberto. Aquí el grande es Leonel. Yo solo fui em muchacho suertudo que tuvo la dicha de conocer su historia. Gracias siempre por su compañía. Lo espero el próximo martes-
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Magnifica narración. Continúan abriéndose horizontes en tu novel labor. Suerte y Bendiciones, extensivas también a Leonel.
El abrazo de siempre, Mayra
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Historias como esta, Mayra, son las que recuerdan que todavía el Periodismo vale la pena. El abrazo de siempre para ti también. Bienvenida otra vez a esta, tu isla en la web!
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niño, tremenda historia!!! de ese evento te quedaron muchas, eh?? te extraño
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Y yo te extraño también, Pitusa-musa mía!!!! Leonel quitó todos los sinsabores de Ortopedia!Un beso, mi Ley!!
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Carli, tú como simpre con esas historias del corazón que lejos de resultar morbosas o novelitas rosas llenan el alma. Felicidades.
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Gracias, mi Nanita. Mi Isla nuestra espera ansiosa el enlace de tu blog cuando nazca. Te extrañooooooo
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Maravilloso ejemplo de superación. Enhorabuena.
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Y yo conozco cada gente que por cualquier bobería piensan que el mundo se les acaba, Viti… Un abrazote!!
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Carlos Luis, leo la historia y solo quiero saludarte, recordarte que tenemos una buena amiga común y que, en la distancia, soy tu amigo. ¡Éxitos, hermano!
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Soy yo quien te agradece, Enrique, que pases por esta Isla nuestra de cada día. Somos amigos! De eso que no te quepa duda, aunque nunca nos hallamos visto las caras! Gracias por compartir estar historia de martes. Un fuerte abrazo y regresa pronto!!!
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