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Patria

PatriaSegún cuentan, la hermana de mi bisabuelo paterno fue una mujer bendecida con la belleza. Dicen que aun cuando las canas y las arrugas se llevaron la frescura de la juventud, vistió pantalones y blusas de seda, calzó tacones altos de color negro y nunca perdió la sonrisa, una de sus armas infalibles para seducir a los hombres.

A la par de su labor como maestra -algunos hablan de su prestigio en las lides educacionales- Patria Sotolongo tuvo una vida social muy activa. Lo sabía de antemano gracias a las anécdotas familiares narradas por mi padre y lo comprobé durante las prácticas del Politécnico en el Archivo Histórico de Trinidad, cuando procesé el diario Actualidad, publicación local del siglo XX dedicada a reseñar el acontecer social del territorio. Y es que no existía una fiesta, inauguración, recibimiento a personalidades… donde no estuviera Patria. “Dicen que entraba al baile del brazo de un hombre y salía acompañada por otro”, me comentaba mi papá.

Mas aquella vida desenfadada, con extrema soltura, terminó al conocer a Jorge Saladrigas, un habanero interesado en hacer política, que viajó a Trinidad con el sueño de postularse para alcalde. Por ese entonces Patria estaba prometida con un hombre de apellido Ponce, pero al conocer al capitalino supo que le estaba predestinado. Así pues, la hermana de mi bisabuelo cerró el capítulo de su existencia signado por diversiones y se consagró en cuerpo y alma al aspirante a funcionario público, vendió los pocos bienes de su casa, ubicada en la calle Rosario, donde vivía con su madre, para costear la campaña electoral de Saladrigas, quien más tarde la desposó.

Pese a las charlas para ganarse la simpatía de los electores, pese a su facilidad para la oratoria, pese a las promesas repetidas… Saladrigas no convenció a los habitantes del terruño, quienes no apoyaron la propuesta del candidato. Cuando se procedió al escrutinio, se supo que el político solo obtuvo dos votos: el de Patria y el suyo propio. Ante la derrota Saladrigas regresó a La Habana, acompañado de su esposa trinitaria.

En el apartamento del Vedado transcurrió el resto de la vida de Patria, cuyo nombre figuraba entonces en las crónicas sociales de las publicaciones habaneras. Tiempo después enviudó, pero no regresó a Trinidad. Sus últimos días transcurrieron en casa de uno de sus sobrinos, que también vivía en la capital. Ahí fue donde mi padre, por ese entonces un estudiante universitario, conoció a su tía abuela, la famosa Patria Sotolongo de la que escuchó hablar en su niñez. De vez en cuando hojeo Actualidad y llega el recuerdo de esa antepasada de quien no conservo siquiera una imagen borrosa, cuya historia, por momentos, me parece imaginaria.