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El sobreviviente que alivia las penas

El sobreviviente que alivia las penasNunca antes había visto la muerte tan de cerca como aquel día en que le diagnosticaron el ébola. Después de cuatro días luchando contra lo que suponía era una enfermedad pasajera, el joven Daniel Kamara, de 19 años, solo empeoraba.

Moribundo, dejó atrás aquella casa sin número —en Free Town las viviendas no se enumeran— de la calle Don King, hasta llegar al hospital Kerry Town, erigido en Sierra Leona, en busca de los médicos cubanos.

“Llegó con vómitos, cefalea, fiebre de 39, dolor muscular y ligero sangramiento por las encías —narra el enfermero trinitario Francisco Gonzalo Prada Morales (Panchi), a través del buzón electrónico—. Según lo establecido, los primeros días son determinantes para el tratamiento”.

Acostumbrados a lidiar con emergencias de todo tipo, desvistieron a Kamara de inmediato, cremaron sus ropas tal como establece el protocolo y procedieron a darle un baño. “Enseguida abrió los ojos y dijo algo en creole; no sé si ‘gracias’ o si preguntaba algo. Más tarde los exámenes confirmaron nuestras sospechas: positivo al ébola y la malaria, una muy mala combinación”.

Tal diagnóstico mantuvo en estado crítico a Kamara durante 48 horas más, hasta que comenzó a articular frases coherentes y la fiebre y el sangramiento cedieron de a poco. En tan solo 10 días al joven le volvió el alma al cuerpo, “una recuperación bastante rápida teniendo en cuenta el estado en que llegó”, continúa Panchi.

Si bien confiaba en la mejoría del paciente, el enfermero trinitario nunca imaginó que al comunicarle al joven su inmunidad al virus, el muchacho se convertiría, por voluntad propia, en una suerte de guardián de los pacientes más críticos de la sala.

Ahora, con su cuerpo mismo como escudo, sin más aditamentos que guantes y nasobuco, las jornadas de Kamara, que permanecía ingresado para evitar cualquier recaída, transcurrían acompañando, dándoles agua y pronunciando palabras de alivio en creole a quienes aun no habían vencido la enfermedad.

“Tengo 30 años de experiencia y te garantizo, mi hermano, que jamás había visto nada parecido. El día del alta lloró como un niño, compadre, y mostraba a base de señas su agradecimiento al equipo de colaboradores. Desde el visor del traje lo vi abandonar la sala, con esa satisfacción que bien conocemos los que ayudamos a salvar vidas”.

Sin embargo, Kamara no regresó a la casa en la calle Don King. A la salida del hospital, una propuesta aguardaba su decisión: continuar su desempeño con los enfermos de ébola como trabajador del centro.

No fue necesaria una respuesta: Daniel torció el rumbo, se cubrió la boca, las manos, se mezcló con el ejército de trajes blancos, llegó a los pies del más convaleciente y empezó a hablarle en creole para aliviarle la agonía.

La historia de Daniel Kamara (a la derecha) conmovió a los colaboradores cubanos.

La historia de Daniel Kamara (a la derecha) conmovió a los colaboradores cubanos.

Un trinitario en los tiempos del ébola

Un trinitario en los tiempos del ébola“¿Tú estás loco? El que se va para allá no regresa”, le espetaron en plena calle cuando supieron que partiría a los lejanos parajes de Sierra Leona para combatir el ébola.

El Servicio Militar en Angola durante la década del 90, cuando curó heridos bajo las bombas, las huellas de Haití como miembro de la brigada médica cubana Henry Reeve y otras experiencias en frentes internacionalistas no fueron suficientes para el trinitario Francisco Gonzalo Prada Morales (Panchi) aquella tarde en que resolvió integrar el primer contingente de cooperantes, que levantó vuelo el 1 de octubre.

“No llamemos a esta decisión ‘aventura’. En realidad se trata de un instinto que crece por los años en esta profesión. Es la oportunidad de saber que puedes ayudar, no importa a quién ni dónde”, me advirtió este licenciado en Enfermería, con más de tres décadas de trabajo, cuando empezamos a dialogar a través del buzón electrónico.

Al segundo día en Freetown, capital de la nación de África occidental, empezaron los entrenamientos, “jornadas intensas donde los médicos y personal de la OMS impartieron conferencias para conocer los síntomas principales de la enfermedad, cómo evitar el contagio, el procedimiento para mejorar la atención del paciente y aprender a manejar el traje de protección personal, sobre todo a la hora de quitárnoslo”.

Y vio erigirse el hospital Kerry Town, patrocinado por la organización inglesa Save the Children, conformado por seis salas, cada una con dos enfermeros y un médico por turnos de trabajo de ocho horas.

6 de noviembre de 2014: “Mi hermano, te cuento que ya hoy chocamos con el ébola. Hasta ahora solo hemos visto 10 casos confirmados, pero es suficiente para impresionarte, sobre todo con los niños, porque su respuesta a la enfermedad es casi nula, no tienen suficientes anticuerpos para vencerla y la pésima alimentación provoca que lleguen muy desmejorados. En ese momento te duele el cuerpo de impotencia por no poder hacer más.”.

A millas de distancia, en Trinidad, Janetzky Fernández Martínez, esposa de Panchi, vive orgullosa. “La gente pudiera pensar que él desatiende a su familia. Para nada. Muchas personas me decía que quien ama a su marido no lo deja exponerse a esos riesgos, incluso una vez me preguntaron cuándo regresaba, y detrás pusieron la coletilla: ‘bueno, si regresa’, porque no lo ven desde el punto de vista humanitario. Tengo mis miedos, por supuesto, pero él es muy responsable en su trabajo”.

No te detengas, avanza./ Lucha, procede, camina,/ que el que no se determina,/ nada en la vida alcanza. Nunca pierdas la esperanza/ de realizar tus ideas./ Cuando abatido te veas, juega el todo por el todo,/ que con Dios y de este modo/ cumplirás lo que deseas, le escribió una amiga a Panchi antes de partir.

Cada día, mientras resguarda su vida con el traje blanco, esa suerte de escudo para enfrentar al enemigo invisible que es el ébola, el enfermero susurra los versos. Del otro lado del mundo, en el centro sur de Cuba, su esposa confía, porque Panchi nunca ha dejado de cumplir sus juramentos y previo a la despedida le hizo uno: “Yo te prometo que voy a regresar”.