A dos mesas de la mía, un hombre de aspecto infeliz le contaba historias —acaso ciertas— a dos turistas, mientras ellos le compraban cervezas.
Ropa manchada, barba salpicada de café, uñas sucias y piel deslucida por el polvo acumulado. Un mendigo en toda regla. Un buscavidas que hilvanaba ideas al vuelo para vivir, o sobrevivir. Sigue leyendo