Odio las máscaras, incluso las de porcelana china con exquisita factura. Las máscaras me decepcionan.
Siempre me han parecido una suerte de muro, de fachada, de telón para ocultar o disimular las verdaderas esencias de cada quien. Si hay una máscara no puedo mirar a los ojos, y mi padre siempre me ha dicho que hay que mirar a los ojos cuando se habla frente a frente, como le enseñó su abuela cuando era niño.
“No vengas con máscaras”, he advertido más de una vez. Aun así, se han arriesgado. Pero llega el momento en que el antifaz se resquebraja, el tiempo para fingir se agota. A veces lo descubro a tiempo. A veces me sorprende de golpe y porrazo.
Cuando creo estar curado de espanto, otra máscara aparece.
Entonces me sobrecojo, me quedo quieto, a la espera de hacer realidad lo que mi abuelo, con la sapiencia de 95 años, me repite a diario: “Todo pasa, hasta la ciruela pasa…”.
Las máscaras me decepcionan. Odio las máscaras.
“Todo pasa, hasta la ciruela pasa…”
Me gustaMe gusta
Ese es el alivio, mi cielo!
Me gustaMe gusta
Lo interesante es romper la máscara. A veces decepcionan, pero «nada humano me es ajeno» y me encanta ver que se esconde detrás de las mismas.
Es increíble, quien menos esperas lleva una.
Como dijo Serrat: «Es caprichoso el azar»
Un abrazo
Me gustaMe gusta
Favor poner acento a qué!!!! que no sé como editar aquí
Me gustaMe gusta
🙂
Me gustaMe gusta
Si la mascara se rompe a tiempo es lo mejor, gracias por regresar muchacho.
Me gustaMe gusta
Tienes razón, Roberto. Gracias por el consejo!
Me gustaMe gusta
A mí ni me gusta que me hablen con gafas puestas, me gusta mirar a los ojos.
Me gustaMe gusta
Gracias por estar este martes, Mar. Un beso desde Trinidad!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Lectura tardía, lección muy útil……..dolorosa.
Me gustaMe gusta
Nunca es tarde para aprender y, sobre todo, para rectificar…
Me gustaMe gusta