A Iris
En un apartamento de Brooklyn vive una mujer que necesito por estos días. Hace más de dos décadas llegó a mi casa envuelta en el deslumbramiento de haber encontrado su media naranja en esta Isla del Caribe, y se inscribió para siempre en esa suerte de clan familiar que me ha enseñado, como dijera Isabel Allende, que no es necesario tener la misma sangre para pertenecer a la misma tribu.
En los últimos tiempos, los dolores —malditos e intrusos invitados que se presentan para aguar la fiesta de la vida— empezaron a frecuentarla con más asiduidad de la que ella les permitía para robarle el sueño y obligarla a bailar más boleros que salsa. Ella, sin embargo, con ese ímpetu heredado de su Puerto Rico natal, no les hacía mucho caso y sorteaba las mil y una talanqueras en materia de aerolíneas para llegar cada diciembre.
Un mes antes de mi tesis vino; volvimos a conversar, a comer pellejito de puerco asado, a tomar cerveza y a escuchar el disco de Natalie Cole. Pero yo no sabía que esa sería la última vez que atravesaría el umbral de casa.
“Dice que no viene más a Cuba”, nos informó mi tío en septiembre. Dos días después, sentado en el patio de su casa, hablé con ella. “Espero volverte a ver, no me importa”, le dije, y le repetí esa especie de regaño el día de su cumple, cuando otra vez el teléfono acortó la distancia.
Desde entonces me di la tarea de recopilar todo lo que más le gusta para tentarla a volver. Por eso le regalo las Flores Amarillas de Amelia en este post, y le prometo una copia de Portocarrero y Zaida porque no puedo permitirme una original. Juro hornearle cada día una panetela seca con edulcorante para mantener a raya la Diabetes y climatizarle la casa entera para que las temperaturas cubanas no la atormenten.
En un apartamento de Brooklyn vive una mujer que necesito por estos días; una mujer-tía a quien tengo que volver a abrazar; una mujer que se erige como la ausencia de este diciembre —porque ya a las otras ausencias me he resignado—.
Regresarás, estoy seguro, porque no has visto mi título de Licenciado, porque me debes un abrazo y un beso… Tú, mujer-tía que vives al norte de esta Isla, se lo prometiste a este sobrino-reportero que viste crecer…