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El que no sabe…

Con la llegada del ocaso, y  después de maltratar el último resquicio de Trinidad durante el mediodía, el Sol colorea esta villa detenida en el tiempo, alguna que otra brisilla vespertina refresca el ambiente y visitantes de los rincones más impensables del orbe caminan por la zona histórica del territorio para tomar fotografías, disfrutar de la magia del atardecer, conocer acerca del pasado de la ciudad, etc. Bueno, esto último puede ponerse en entredicho. Fíjense:

“Muchas casas de este lugar tienen muebles que están en la localidad desde 1513 (…), los antiguos palacetes ubicados alrededor de la Plaza Mayor fueron las primeras viviendas construidas en el territorio (…), justo aquí, en el Centro Histórico, fue donde se fundó la tercera villa de Cuba (…)”.

Tales atrocidades- no encuentro otra palabra para calificar la sarta de mentiras en la declaración anterior- las escuché recientemente en boca de un guía de turismo, mientras ¿informaba? a un grupo de extranjeros, en horas de la tarde.

Desde la ventana de casa también yo contemplo la belleza de esas casonas cuando el encanto crepuscular las alumbra; soy testigo de cómo los idiomas o dialectos de cada conglomerado de foráneos se funden en un idioma ininteligible y el sitio donde otrora vivieron los potentados del terruño se transforma en una versión postmoderna de la Torre de Babel.

En principio, por supuesto, me resultó risible ver cómo los turistas asentaban ante cada una de las falacias pronunciadas por aquel hombre uniformado, alto, con un tono capaz de convencer al mismísimo Papa y cuyo poder de persuasión-o manipulación- envidié de repente.

Luego llegó el razonamiento y sentí pena por él. Me dolió su ignorancia, el poco respeto que sentía hacia su trabajo. Pensé a cuántos más habría embaucado-o lo haría en tanto alguien se percatara-mientras aquellos veraneantes le regalaban un aplauso al término de su “actuación”.

Ojalá algún conocedor hubiese estado cerca para desmantelar el show, aunque en el presunto caso que alguien pasara, de seguro continuaría su paso por respeto o miedo.

Coincidí entonces con el refrán de “el que no sabe es como el que no ve”; sentí tristeza por esos viajeros, que quizá constatarían después habían sido víctimas del engaño, pero no supieron en ese preciso instante que resulta imposible la presencia de muebles en Trinidad en 1513 porque para esa fecha todavía era un terreno habitado por aborígenes-quienes no sabían de butacas ni sofás europeos-; que la villa nació un año después en los márgenes del Río Guaurabo, bien lejos de la Plaza Mayor… y la fábula narrada por aquel hombre insensible carecía de veracidad.

No sé el nombre del guía, tampoco importa. Tengo bien clara mi posición respecto al engaño.

Porque también he viajado a otros sitios de esta Isla para conocer más sobre ella, me solidaricé desde mi ventana con aquellos desconocidos quienes, lejos de conocer sobre la historia local, aprehendían una narración ilusoria con la inocencia del ignorante.